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Respirar!

Salimos temprano desde Kioto rumbo a un pueblito llamado Arashiyama, en búsqueda de algo más que unas lindas fotos. Nos esperaba el conocido bosque de bamboo Sagano.

El tren paró en una estación fantasma, solitaria, rodeada de montañas y naturaleza. Era como estar en una película de Miyazaki. Empezamos el recorrido hasta llegar al encantado sendero.

Las cañas eran súper altas y su sombra nos refugiaba del monstruoso calor primaveral, pero esa sensación de satisfacción no terminaba de aparecer. El lugar estaba colmado de gente que no daba lugar a detenerse y contemplar la belleza del paisaje. El turismo es así. Sin pensar más decidimos seguir nuestro propio camino y salir un poco de las visitas principales.

Empezamos a caminar por unas misteriosas callecitas donde no andaba nadie, solo casitas típicas del lugar que parecían observarnos. Jardines llenos de flores y verde que llevaban la perfección al límite, pequeñas grandes huertas rurales que tomaban sol rodeadas de inmensas montañas y nosotros, caminando sin rumbo y sin apuro. 

A paso lento llegamos a un pequeño santuario, con un puente y un antiguo árbol sagrado que nos invitó a tomar un descanso bajo su sombra, a orillas del lago y a observar las tortugas jugar en el agua.

Al emprender la vuelta y sin saber cómo, estabamos allí, inmersos en un oasis de bambú. Totalmente maravillados, no podíamos dejar de admirar su inmensidad y sentir como las cañas aplaudían en lo alto mientras bailaban al ritmo del viento. 

Nuestro bosque de bambú existe y nos sentimos felices y agradecidos de haberlo encontrado. 

Elegir caminos alternativos siempre nos atrae, cada destino está lleno de sorpresas inesperadas, solo hay que ir dispuestos a encontrarlas.

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